Somos un grupo de mujeres, unidas en comunidad orante, contemplativa; en familia y fraternidad en torno a Jesús de Nazaret, contagiadas de la pasión de Teresa de Jesús, aquella gran mujer del siglo XVI, que sigue siendo hermana, madre, maestra, fundadora; con ella y como ella, al servicio de la Iglesia y de la humanidad, sin fronteras.

La Gran Familia del Carmelo (Los y las Carmelitas) tenemos nuestros orígenes en el Monte Carmelo, en Palestina (actual Israel). Allí, tal como relata el II Libro de Los Reyes, el profeta Elías luchó a favor del Dios de Israel, en defensa de la pureza de la fe, venciendo a profetas que veneraban a dioses extranjeros, los baales. Allí, en el Monte Carmelo, postrado en tierra, Elías oró para que cesase la sequía, y vio surgir del mar una nubecilla (como la palma de una mano), que traía la lluvia. Ha sido siempre este monte el jardín floreciente de Palestina, símbolo de fertilidad y belleza. “Karmel” significa “Jardín”.

Nacimos en el siglo XII (en torno a la Tercera Cruzada 1189-1191) algunos peregrinos, penitentes, provenientes de Europa (hay quien apunta que podrían ser también antiguos cruzados, cansados de luchar), se establecieron junto a “La Fuente de Elías”, en uno de los pequeños valles que bajan del Carmelo hacia el Mediterráneo (Wadi Ain-Es Siah). La memoria y el ejemplo de Elías, no lejos de la cueva del mismo profeta, contagió a aquellos ermitaños latinos a vivir una vida de oración, recogimiento y trabajo.

En medio de las celdas y las cuevas, construyeron una capilla dedicada a la Virgen María, Madre de Jesús, desarrollando el sentido de servicio y pertenencia a María, Señora del Lugar, Patrona y Madre. Más adelante se haría también significativa la experiencia de María como Hermana. Elías y María son las dos figuras que acompañan el comienzo de aquellos Ermitaños, a los que luego se llamaría ‘Carmelitas’, y a la Virgen que veneraban, ‘del Carmen’. Pasión ardiente por el Dios vivo y verdadero. Deseo sincero de interiorizar la Palabra en el corazón, para testimoniar su Presencia en el mundo, “en obsequio de Jesucristo”, bajo la protección y el amparo de María y con sus mismos sentimientos de intimidad y amistad con Jesús.

No se conoce un fundador. Los primeros eremitas, queriendo vivir en obsequio de Jesucristo, ‘meditando día y noche la ley (la Escritura) del Señor’, con corazón puro y con recta conciencia, para organizar y regular su vida, pidieron al Patriarca de Jerusalén, Alberto Avogrado (1150-1214), residente en San Juan de Acre, que les diera una fórmula de vida, en conformidad con su ideal. Esta Regla de vida fue escrita entre los años 1206 y 1214. Se trata de un texto breve y lleno de citas bíblicas y referencias guerreras que tiene la frescura de los orígenes y la fuerza de lo que comienza sin artificios, ni grandes estructuras.

En el primer cuarto del siglo XIII los ermitaños se ven obligados a dejar el Monte Carmelo a causa de las incursiones y persecuciones de los sarracenos, que volvían a reconquistar la Tierra Santa. Los ermitaños van regresando a sus países de origen: Inglaterra, Francia… Es el momento de la expansión por Europa y de la adaptación a un nuevo modo de vida, llegando a la aprobación definitiva como Orden Religiosa en el año 1247 por Inocencio IV. Quedando unidos a la gran corriente de las Órdenes Mendicantes (Franciscanos, Dominicos, etc.). Bien pronto se multiplicaron y florecieron en ciencia y santidad. Con el tiempo se acercaron a las fuentes del Carmelo algunas mujeres, que inician en el 1452 sus propia vida monástica y comunitaria.

En 1562 Santa Teresa de Jesús desde la misma raíz del Carmelo, inició un nuevo estilo de vida. Sin perder la rica savia de aquellos orígenes ermitaños, fundó el primer convento de Carmelitas Descalzas - Convento de San José - en la ciudad de Ávila. La nueva familia del Carmelo brota de la experiencia Teresiana de oración, de comunión y de fidelidad a la Iglesia. Pasión por Jesús y entrañas abiertas a los anhelos de la Iglesia y de la humanidad de su tiempo. Cristo y el ser humano vivos en el corazón de Teresa, dando sentido a la entrega, en tiempos de conquistas y de descubrimiento de nuevos mundos, Teresa explorará, los caminos de la amistad con Dios, de la interioridad y de la relación fraterna, con una verdad y alegría contagiosa, edificando el edificio de la oración y la comunidad sobre la humildad, el desasimiento y el amor de unas con otras.

Con fray Juan de la Cruz y fray Antonio de Heredia, pocos años después, funda el primer convento de Descalzos. Teresa había soñado, desde el principio, poder compartir el mismo carisma contemplativo y fraterno y, a la vez, abierto al apostolado: la vida centrada en Dios, con sencillez y pobreza, el alma arriesgada en aventurar la vida, sin reservas, valentía y audacia de mujeres y hombres despojados de sí, alegres y disponibles, recordando a los primeros eremitas del Monte Carmelo, bajo la inspiración del valiente y humilde Elías, en la cueva del corazón de Dios, y experimentando el susurro del Espíritu en la intemperie de la vida, dejándose atravesar del amor y la pasión de Dios, en la humanidad de Jesucristo, sacramento del amor de Dios por y en cada ser humano.

La dimensión mariana de la Orden está ligada al Monte Carmelo, donde la primera capilla dedicada a María, nos marcó el camino de una contemplación al estilo de María que guardaba todo en su corazón, de una contemplación peregrina de la fe, en constante aprendizaje y apertura a la escucha del querer de Dios, una contemplación al pie de la Cruz y de todas las cruces de hoy y de siempre, una contemplación que nos hace sentirla hermana y madre que forma y crea la comunidad al estilo de un nuevo Pentecostés, junto a ella, para la Iglesia que está por nacer.

La Contemplación

El corazón del carisma carmelitano es la oración y la contemplación. La calidad de la oración determina la calidad de la vida comunitaria y del servicio ofrecido a los otros, y viceversa, no hay verdadera oración sin cuidar la vida fraterna. La meta (principio y fin) de la vida carmelita es la unión con Cristo, que nos habla de tantas maneras, de modo particular en la Palabra de Dios. Al tiempo que crecemos en la amistad con Cristo, nuestra oración se transforma en sencillez de vida y entrega a los demás. La experiencia de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos impele a salir de la cárcel de nuestro egoísmo y a caminar hacia el amor gratuito de Dios y del prójimo. Ser contemplativas es vivir la misteriosa fecundidad de la entrega sin brillo que da vida, por la comunión de los Santos, al mundo entero de forma eficaz y sorprendente. Sentimos que esta oración y la vida por amor es la mayor eficacia transformadora y renovadora de todos los tiempos.

La Fraternidad

El Carmelo Teresiano teje su trama comunitaria cuidando las virtudes humanas, la aceptación de cada uno por lo que es, y la búsqueda compartida de la verdad, en sinceridad y alegría, soledad y colaboración. La comunidad viva es en sí misma un testimonio de que el amor de Cristo puede romper fronteras y barreras de división, lengua, cultura, origen, ideología… Teresa soñaba una comunidad que crece en la paz y la armonía que madura en el horno de la verdad. El Carmelo Teresiano está en multitud de países, haciendo vivo aquel sueño en las más variadas traducciones de vida, creciendo, sin repetir la historia, lo que el Espíritu suscita hoy a la Iglesia y al Carmelo con la savia siempre nueva de lo que vuelve a comenzar.

Al final, una palabra de inicio. Antes de hacer nuestra profesión religiosa se pregunta al carmelita: ¿Qué pides al Carmelo? La contestación es: La misericordia de Dios, la pobreza de la Orden y la compañía de los hermanos. Estas tres riquezas son la base de nuestra alegría. Que Teresa invitaba a vivir bajo la custodia y amparo de la Virgen María y de su Esposo San José, que cuidan uno a una puerta y otro a otra, el caminar de sus hijos e hijas de todas las épocas.

¡Es tiempo de caminar!

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